Esta semana asesinaron a una chava en la UNAM; la estrangularon con el cable de un teléfono.
Lesby tenía 22 años y, según las autoridades mexicanas, ella solita se buscó su muerte precoz.
Las Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México resaltó que Lesby bebía, consumía drogas, era mala estudiante y que vivía en el pecado.
La pregunta es, ¿por qué sería relevante esta información?
Vivo en un lugar donde hay un feminicidio cada dos horas y donde la inmensa mayoría de estos crímenes no se investiga, ni tiene consecuencia alguna.
El taxista de Plaqueta. El accidente de Reforma. La campaña de Televisa.
Redes sociales, instituciones, medios de comunicación e incluso el sector privado reflejan constantemente esta cultura machista retrógrada y repugnante.
Todo el mundo parece recordarme, día a día, que si algo me pasa será porque me lo estaba buscando: por liberal, por hedonista, por promiscua, por pendeja o por como diablos le quieran llamar.
¿Cómo se llama la obra, entonces?
La realidad de las mujeres latinoamericanas en 2017.
Quisiera pensar que es hora de dejar de culpar a las víctimas, de exigir consecuencias para los verdaderos culpables y de prevenir este tipo de actos infames, ¿o no?
Personalmente, me niego a vivir con miedo al acoso del taxista, a las amenazas del hater de Twitter y al cable del teléfono del asesino de la UNAM.
Ya estuvo, ¿no?
Estamos viviendo una realidad absolutamente inaceptable. Ya arrancó la conversación; llegó la hora de tomar acción.